¡No pelees, comparte!

Había una vez en un pequeño y colorido pueblo, dos mejores amigos llamados Tomás y Ana. Eran inseparables y todo lo compartían, desde sus juguetes hasta sus secretos. Pero un día, algo cambió. Un nuevo juguete llegó al pueblo, un hermoso tren rojo, brillante y ruidoso. ¡Chu-Chu! ¡Chu-Chu! El tren parecía decir cada vez que se movía.

Tomás lo vio primero y corrió a tomarlo, pero Ana también lo quería. Ambos comenzaron a discutir.

"¡Es mío!" gritó Tomás.

"¡No, es mío!" respondió Ana.

Y así, comenzaron a pelear, tirando del tren en direcciones opuestas. ¡Chu-Chu! ¡Chu-Chu! El tren parecía llorar al ver a Tomás y Ana pelear. Pero, mientras peleaban, no se dieron cuenta de que alguien los estaba observando desde las sombras. Era Bruno, el niño más grande del pueblo, conocido por ser un poco travieso.

Viendo la oportunidad, Bruno corrió y les arrebató el tren mientras Tomás y Ana aún discutían. "¡Ahora es mío!" dijo Bruno, riendo mientras se alejaba con el tren.

Tomás y Ana se quedaron sorprendidos. "¿Qué hacemos ahora?" preguntó Ana, con los ojos llenos de lágrimas.

"Debemos recuperar nuestro tren," dijo Tomás, decidido. "Pero no podemos pelear con Bruno, él es más grande que nosotros."

"Entonces, ¿cómo lo hacemos?" preguntó Ana.

Tomás pensó por un momento y luego sonrió. "Compartiendo," dijo. "Eso es lo que siempre hemos hecho, ¿verdad?"

Ana asintió, sin entender muy bien, pero confiando en su amigo.

Al día siguiente, Tomás y Ana fueron a ver a Bruno. Llevaban consigo algunos de sus juguetes favoritos. Bruno estaba jugando solo con el tren. ¡Chu-Chu! ¡Chu-Chu! El tren parecía triste.

"Hola Bruno," dijo Tomás. "Trajimos algunos juguetes para compartir contigo. ¿Podemos jugar todos juntos?"

Bruno los miró sorprendido. Nadie antes había querido compartir sus juguetes con él. Tomó un dinosaurio de plástico que Tomás le ofrecía y comenzó a jugar con él. Ana tomó una muñeca y la puso junto al tren.

"¡Mira, Bruno! Nuestros juguetes pueden ser amigos, como nosotros," dijo Ana sonriendo.

Bruno sonrió y les dio el tren. "¡Chu-Chu! ¡Chu-Chu!" El tren parecía feliz de nuevo. Y así, Tomás, Ana y Bruno comenzaron a jugar juntos, compartiendo sus juguetes y sus risas.

Desde aquel día, nunca más pelearon por un juguete. En lugar de eso, aprendieron a compartir y a resolver sus problemas hablando y jugando juntos. Y el tren rojo, brillante y ruidoso siempre los recordaba que compartir es mucho mejor que pelear. ¡Chu-Chu! ¡Chu-Chu!

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