Había una vez, en el pequeño pero bullicioso pueblo de Almendrillo, un chico llamado Tomás. Tomás era conocido por su gran imaginación, siempre perdido en sus pensamientos y sueños. Un día, en la tienda de antigüedades de su abuela, descubrió algo extraordinario, un espejo antiguo y polvoriento con un marco adornado con símbolos misteriosos.
"Abuela, ¿qué es esto?" Preguntó Tomás, limpiando el espejo con su camiseta.
"Oh, eso, mi niño, es el Espejo de los Mundos Ocultos", respondió su abuela con una sonrisa juguetona.
Al principio, Tomás pensó que su abuela estaba bromeando. Pero esa noche, después de cenar, decidió probar el espejo. Se puso delante y dijo: "Espejito, espejito, muéstrame un mundo oculto". De repente, el espejo comenzó a brumarse y un mundo colorido y chispeante se desplegó ante sus ojos.
Era un mundo de algodón de azúcar donde las nubes eran de palomitas y los ríos de chocolate caliente. Y ahí, en medio de todo, estaba una criatura fantástica, un unicornio con una melena de arco iris y ojos chispeantes.
"Hola, soy Dulcinea del Azúcar, la guardiana de esta tierra de dulces. ¿Quién eres tú y cómo has llegado aquí?" preguntó Dulcinea.
"Soy Tomás, y creo que he llegado aquí a través de un espejo mágico", respondió Tomás.
Durante las siguientes semanas, Tomás visitó muchos mundos diferentes a través del espejo. Conoció a criaturas fantásticas como Puf, el dragón que no podía dejar de estornudar fuego; Mimo, el hada muda que se comunicaba a través de charadas, y Cuchufleta, la bruja que siempre se olvidaba de sus hechizos, lo que resultaba en situaciones hilarantes.
Un día, al volver a su mundo, Tomás encontró a su abuela buscando el espejo. "Tomás, necesito el Espejo de los Mundos Ocultos. Han aparecido criaturas mágicas por todo el pueblo. Creo que accidentalmente dejaste el espejo abierto", dijo su abuela.
Tomás se sintió culpable y decidió ayudar. Usando el espejo, fue a buscar a cada criatura que había escapado. Con mucha paciencia y un poco de risa aquí y allá, logró convencer a cada criatura de regresar a su mundo.
Finalmente, cuando aseguró que todas las criaturas habían regresado, cerró el espejo y se lo entregó a su abuela. "Gracias, Tomás. Estoy orgullosa de ti. Pero recuerda, el espejo es un tesoro y debemos tratarlo con cuidado", dijo su abuela.
Esa noche, Tomás se fue a la cama exhausto pero feliz. Había tenido una gran aventura, conoció amigos increíbles y aprendió una valiosa lección. Desde aquel día, siempre recordó tratar cada libro, cada cuento y cada sueño como un tesoro, un portal mágico a mundos ocultos, llenos de maravillas y risas.
Y aunque el Espejo de los mundos ocultos permaneció guardado, Tomás siempre llevó consigo la magia de las aventuras que había vivido y las risas que había compartido. Y cada vez que veía su reflejo, no podía evitar sonreír, recordando a todos los amigos que había hecho en los reinos más allá del espejo.