Había una vez, en un rincón olvidado del mundo, un bosque que tenía un nombre peculiar, "El Bosque de las Palabras Perdidas". En este bosque, cada árbol, cada flor, incluso cada brizna de hierba, estaba hecha de palabras. Palabras de todos los tipos: palabras bonitas, palabras tristes, palabras risueñas, palabras rabiosas, palabras soñadoras, palabras misteriosas, todas convivían en una armonía esplendorosa.
En una pequeña casa al borde del bosque, vivía un niño llamado Eliot. Eliot era un niño curioso, inteligente y amante de las palabras. Pasaba horas leyendo libros, y siempre estaba dispuesto a aprender palabras nuevas. Pero había una palabra que le costaba decir: "Lo siento". Eliot tenía un problema, era orgulloso y nunca admitía sus errores.
Un día, mientras paseaba por el bosque, Eliot se encontró con una criatura inusual, un ser hecho completamente de palabras enredadas y confusas. Era el Villano de las Palabras Perdidas, el guardian del bosque. Tenía una apariencia feroz, pero solo era un reflejo de las palabras más difíciles y complicadas que se habían perdido en el bosque.
El Villano, viendo a Eliot, dijo con una voz que resonaba como un trueno: "Eliot, para cruzar este bosque, debes aprender a decir las palabras que te cuestan. Sólo así podrás continuar tu camino". Eliot, con su orgullo herido, se negó a aceptar su desafío. Pero el Villano insistió: "Eliot, cada persona tiene palabras que le cuestan decir. El bosque está lleno de ellas. Pero sólo al enfrentarlas, podemos crecer y avanzar".
Pasaron los días, y Eliot se quedó atrapado en el bosque, incapaz de avanzar. Por más que lo intentaba, siempre terminaba en el mismo lugar, frente al Villano de las Palabras Perdidas.
Un día, después de mucho pensar, Eliot comprendió que el Villano tenía razón. Con un nudo en la garganta, se acercó al Villano y pronunció las palabras que tanto le costaban: "Lo siento". Al decirlo, las palabras se desenredaron, y el Villano, con una sonrisa, se desvaneció, dejando el camino libre.
Eliot volvió a casa, pero ya no era el mismo niño. Había aprendido una valiosa lección de humildad y honestidad. Desde aquel día, nunca tuvo miedo de admitir sus errores y decir "lo siento" cuando era necesario.
Y así, el Bosque de las Palabras Perdidas, sigue existiendo, esperando a otro viajero que necesite aprender la magia y el poder de las palabras. Porque cada palabra tiene un valor, y aprender a usarlas correctamente, es una de las lecciones más importantes de la vida.
Moraleja: No debemos tener miedo de decir las palabras que nos cuestan. Admitir nuestros errores y pedir perdón es un signo de valentía y crecimiento.