En un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, vivía una familia de zorros muy unida y cariñosa. Estaba formada por papá zorro, mamá zorra y sus tres hijos: Max, Luna y Simón. Cada día, después de la escuela, los hermanos zorro se reunían en el bosque para jugar y explorar juntos. Se divertían mucho y siempre se cuidaban y protegían mutuamente.
Un día, mientras jugaban a las escondidas, Max y Luna se pelearon por un juguete. Ambos querían jugar con él y ninguno estaba dispuesto a ceder. La discusión se fue intensificando y pronto los gritos y los empujones remplazaron a las risas y los juegos. Papá zorro, que estaba cerca, escuchó el alboroto y corrió hacia ellos para detener la pelea.
"¡Basta chicos!", dijo papá zorro con voz firme. "¿Qué está pasando aquí?"
"¡Max no me quiere dejar jugar con su juguete!", gritó Luna con lágrimas en los ojos.
"¡Porque es mío y yo lo encontré primero!", respondió Max con rabia.
Papá zorro suspiró y se agachó para hablar con sus hijos. "Escuchen, sé que ambos quieren jugar con el juguete, pero no es razón para pelear. ¿Qué tal si buscan una solución juntos?"
Los hermanos se miraron dudosos. ¿Cómo podían resolver esto juntos?
"Podrían turnarse para jugar con el juguete", sugirió papá zorro. "O podrían jugar juntos con él, compartiéndolo".
Luna y Max se miraron y luego sonrieron. La idea de compartir el juguete les pareció divertida y justo. Juntos, buscaron una forma de jugar con él sin pelear y pronto estaban riéndose y disfrutando juntos.
"¡Veo que han encontrado una solución pacífica y justa!", dijo papá zorro con orgullo. "Eso es lo importante, aprender a resolver los conflictos de manera pacífica y constructiva".
A partir de ese día, la familia zorro hablaba mucho sobre la importancia de la resolución de conflictos y cómo encontrar soluciones juntos. Los hermanos zorro aprendieron a compartir y a ceder, y su relación se fortaleció aún más.
Un día, mientras exploraban el bosque, los hermanos zorro encontraron un hermoso árbol con ramas largas y fuertes. Max tuvo la idea de hacer una casa en el árbol para jugar juntos. Luna y Simón estaban emocionados con la idea, pero no sabían cómo hacerla. Papá zorro, que era muy hábil con las manos, se ofreció a ayudarlos.
Juntos, trabajaron en la casa en el árbol durante días. Max y Luna trenzaron ramas para hacer una escalera, mientras que Simón y papá zorro construyeron una plataforma en la copa del árbol. La casa en el árbol se fue convirtiendo en un lugar mágico y especial, donde los hermanos zorro pasaban horas jugando y compartiendo.
Un día, mientras estaban en la casa en el árbol, Luna y Simón empezaron a discutir por qué color deberían pintarla. Luna quería rosa y Simón prefería azul. Ninguno quería ceder y la discusión se fue intensificando.
"¡Pero yo quiero rosa, es mi color favorito!", gritaba Luna.
"¡Pero yo prefiero azul, es mi color favorito!", respondía Simón.
Max, que estaba observando la discusión, recordó lo que su papá les había enseñado sobre la resolución de conflictos. Se acercó a sus hermanos y les dijo: "¿Qué tal si combinamos ambos colores? Así todos estarán contentos".
Luna y Simón se miraron y luego sonrieron. Juntos, pintaron la casa en el árbol de rosa y azul, y quedó aún más hermosa de lo que hubieran imaginado. Esa noche, cuando papá zorro los vino a buscar para cenar, se quedó sorprendido al ver la casa en el árbol.
"¡Qué hermosa les quedó la casa en el árbol!", dijo papá zorro.
"Fue idea de Max", dijo Luna señalando a su hermano.
"Y yo ayudé a pintarla", agregó Simón.
Papá zorro sonrió y los abrazó a los tres. "Me alegra ver que están aprendiendo a resolver conflictos juntos de manera pacífica y constructiva. Eso es lo que hace a una familia unida y fuerte".
Desde ese día, los hermanos zorro se convirtieron en expertos en resolver conflictos. Aprendieron que trabajar juntos y ceder en ocasiones, les traía mucha más felicidad y armonía que pelear y ser egoístas. Y la casa en el árbol se convirtió en un símbolo de su amor y unión, trenzando lazos más fuertes entre ellos.