Había una vez, en las vastas praderas de África, un león llamado Leandro. A pesar de ser el rey de la selva, Leandro tenía un secreto: le temía a su propio rugido. Cada vez que intentaba rugir, sentía un miedo inmenso y terminaba emitiendo un sonido suave, casi como un maullido. Los demás animales de la selva se burlaban de él y eso hacía que Leandro se sintiera aún más inseguro.
Por otro lado, vivía un astuto y ambicioso hiena llamado Haroldo. Haroldo siempre buscaba una oportunidad para tomar el control de la selva, pero sabía que no podía hacerlo mientras Leandro fuera el rey. Cuando se enteró del miedo de Leandro, vio su oportunidad y empezó a difundir rumores para desacreditar a Leandro.
Un día, una terrible sequía azotó la selva y los animales estaban desesperados por encontrar agua. Haroldo aprovechó la situación y prometió llevar a los animales a un manantial secreto si lo convertían en su nuevo rey. Los animales, plagados de sed y desesperación, estaban a punto de aceptar la oferta de Haroldo.
Leandro, al ver la situación, sabía que tenía que hacer algo. Recordó un gran lago que estaba más allá de la selva, pero para llegar a él, tendría que guiar a todos los animales a través de la oscuridad de la noche. Leandro tenía miedo, pero se dio cuenta de que tenía que superar sus temores para salvar a su reino.
Así, con un profundo suspiro y todo el valor que pudo reunir, Leandro se levantó y se dirigió a la multitud. Con voz temblorosa, les dijo a los animales que conocía un lugar con agua y que guiaría a todos hasta allí. Haroldo se rió y desafió a Leandro a probar su valía rugiendo para que todos lo escucharan.
Leandro cerró los ojos, respiró hondo y rugió. Pero en lugar de un rugido aterrador, se escuchó un suave maullido. La multitud de animales se rió, pero Leandro no se rindió. Cerró los ojos de nuevo, pensó en su hogar, en su reino y en todos los animales que dependían de él. Y entonces, con todas sus fuerzas, rugió.
El rugido fue tan potente y resonante que hizo temblar la tierra. Los animales quedaron asombrados y la risa se convirtió en aplausos. Haroldo, sorprendido y derrotado, se retiró a la sombra mientras Leandro, con renovada confianza, lideró a los animales hacia el lago.
Leandro aprendió esa noche que el valor no se trata de no tener miedo, sino de enfrentar esos miedos para proteger a quienes amamos. Y desde aquel día, cada vez que Leandro rugía, no solo se escuchaba su fuerza, sino también su valentía y su amor por su reino. Y así, Leandro, el león que tenía miedo a rugir, se convirtió en el león más valiente de toda la selva.
Muy bonito cuento, lleno de enseñanzas y moralejas
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