Había una vez en un pequeño pueblo llamado Juguetelandia, donde todos los juguetes vivían felices y en paz. Allí, todo estaba lleno de colores, risas y diversión. Pero un día, la paz se rompió. Se corrió el rumor de que un monstruo había llegado al pueblo.
"¡El Monstruo de los Juguetes!" decían los juguetes con miedo "¡Devora juguetes durante la noche!". Todos estaban asustados. Nadie quería ser el próximo juguete devorado.
Al día siguiente, llegó un nuevo juguete al pueblo. Era Robotín, un robot plateado de ojos brillantes. Robotín era valiente y curioso, pero también se sentía solo, ya que todos estaban muy ocupados escondiéndose del monstruo.
Robotín quería hacer amigos, pero todos los juguetes estaban demasiado asustados. Entonces, decidió enfrentar al monstruo para traer la paz de nuevo a Juguetelandia.
Una noche, Robotín se quedó despierto y escondido, esperando al monstruo. “¡Crash! ¡Bang! ¡Boom!” escuchó desde la lejanía. Siguió los ruidos hasta el bosque de bloques de construcción. Ahí, entre las sombras, vio una figura grande y peluda. Era el Monstruo de los Juguetes.
En lugar de huir, Robotín decidió acercarse. "Hola, señor Monstruo, ¿por qué estás comiendo los juguetes?" preguntó Robotín. El monstruo se detuvo y miró a Robotín. Tenía ojos grandes y tristes.
"No quiero comer juguetes", dijo el monstruo con una voz suave, "Pero siempre tengo hambre y no sé qué más comer".
Robotín pensó por un momento. Luego sonrió y dijo: "¡Tengo una idea! ¿Qué tal si te enseño a hacer comida de juguete? No tendrás que comer juguetes reales y podrás llenar tu barriga".
Al monstruo le gustó la idea. Así que Robotín le enseñó a hacer comidas de juguete. Hicieron pasteles de plastilina, pizzas de cartón y frutas de fieltro. El monstruo estaba muy contento y ya no comió más juguetes.
Al día siguiente, Robotín y el monstruo fueron al pueblo. Los juguetes estaban asustados al principio, pero Robotín les explicó lo que había sucedido. Al final, todos estaban contentos y aliviados. El monstruo se disculpó y prometió no comer más juguetes.
Desde aquel día, Juguetelandia volvió a ser un lugar lleno de risas y diversión. El monstruo y Robotín se convirtieron en los héroes del pueblo. Y lo más importante, Robotín ya no se sentía solo. Había encontrado un amigo en el monstruo y los demás juguetes también querían ser sus amigos.
Entonces, aunque parecía un problema al principio, el Monstruo de los Juguetes resultó ser una bendición disfrazada para todos en Juguetelandia. Gracias a él, todos aprendieron que no debemos juzgar a los demás por su apariencia. Y por supuesto, Robotín nos enseñó que siempre hay una solución pacífica para cada problema.
Y así, en un pueblo lleno de colores y juguetes, la paz y la alegría regresaron, demostrando una vez más que la amistad y la comprensión son las claves para resolver cualquier conflicto.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.