En un pequeño pueblo, vivía un niño llamado Tomás. A sus cortos 5 años, era un niño muy curioso y siempre estaba buscando nuevas aventuras para explorar. Un día, mientras jugaba en el jardín de su casa, encontró un extraño objeto en el suelo. Era una especie de reloj muy antiguo, con símbolos y números que Tomás nunca había visto antes. Sin pensarlo dos veces, lo tomó en sus manos y comenzó a jugar con él.
De repente, el reloj comenzó a brillar intensamente y un portal se abrió frente a los ojos de Tomás. Sin dudarlo, el niño entró en él y se encontró en un lugar completamente desconocido. Era un mundo lleno de colores y formas extrañas, donde todo parecía mágico y maravilloso.
Tomás caminó por ese lugar, sorprendido por todo lo que veía. De repente, se encontró con un pequeño conejo blanco que le hablaba y le pedía ayuda. El niño, asombrado por la situación, decidió seguir al conejo y ver a dónde lo llevaría.
El conejo lo llevó a través de un gran bosque, hasta llegar a una enorme casa en medio de la nada. Dentro de la casa, se encontraba un científico muy peculiar. Tenía largas barbas blancas y un sombrero con una hélice que giraba sin parar.
El científico se presentó como el inventor del reloj que Tomás había encontrado y le explicó que ese objeto era una máquina del tiempo, capaz de llevarlo a otros mundos y dimensiones. Tomás estaba emocionado por la idea y decidió quedarse un rato más en ese lugar para aprender más sobre el reloj y sus poderes.
El científico le mostró a Tomás un mapa de todos los mundos y dimensiones que existían. Había un mundo de caramelo, otro de peluches y hasta uno de dinosaurios. Tomás estaba encantado con todo lo que veía y no podía creer que existieran tantos lugares maravillosos.
Pero el científico también le explicó que cada mundo tenía sus propias reglas y que era importante seguirlas para no meterse en problemas. Tomás aprendió que en el mundo de caramelo no se podía comer nada, ya que todo era de mentira y podía enfermarlo. En el mundo de los peluches, tenía que tener cuidado de no arruinar nada, ya que los peluches eran muy delicados. Y en el mundo de los dinosaurios, tenía que ser muy cuidadoso para no ser comido por uno de ellos.
El científico también le enseñó a Tomás cómo utilizar el reloj para viajar entre los mundos. Solo tenía que ajustar los símbolos y números correctos y apretar un botón. Tomás estaba fascinado con todo y decidió llevar su reloj a todas partes, para poder visitar los mundos que más le gustaban.
Después de pasar un día entero explorando y aprendiendo de los diferentes mundos, Tomás decidió regresar a casa. Agradeció al científico por todo lo que le había enseñado y prometió volver algún día para seguir descubriendo nuevos mundos.
Al salir del portal, Tomás se dio cuenta de que había vuelto a su jardín. A su alrededor, estaba todo igual que antes, pero él sabía que había vivido una aventura inolvidable. Se prometió a sí mismo seguir siendo un niño curioso y siempre estar abierto a nuevas experiencias.
Desde ese día, Tomás llevaba su reloj a todas partes y seguía visitando los mundos de las maravillas. Aprendió que la curiosidad y el amor por el aprendizaje pueden llevarte a lugares increíbles y que siempre hay algo nuevo por descubrir. Y así, el niño se convirtió en un gran aventurero y científico, inspirado por su experiencia en el mundo de las maravillas.