El Espejo de los Mundos Invisibles

Había una vez, una familia de conejos muy especial que vivía en un pequeño bosque. La familia estaba compuesta por el papá conejo, la mamá coneja, y sus tres pequeños conejitos: Rolo, Lolo y Polo. Los tres eran muy traviesos, siempre curioseando y explorando el bosque, pero sin duda, el más aventurero de ellos era Rolo.

Un día, mientras Rolo jugaba en el bosque, encontró un objeto brillante oculto entre las hojas. Era un espejo antiguo, con un marco de plata y piedras preciosas. Rolo, curioso, se acercó y al mirarse en el espejo, observó algo extraordinario: su reflejo no era un conejo, sino un águila majestuosa.

Al principio, Rolo se asustó, pero luego, su curiosidad lo llevó a tocar el espejo. En ese instante, él se transformó en el águila que había visto en el reflejo. Rolo, ahora con alas, voló por encima del bosque, sintiendo la libertad y la emoción de volar.

Mientras tanto, Lolo y Polo estaban preocupados por la ausencia de Rolo. Después de buscarlo por todo el bosque, encontraron el misterioso espejo. Al mirarse en él, Lolo se vio a sí mismo como un veloz ciervo y Polo como un fuerte oso. Ambos, decididos a encontrar a Rolo, tocaron el espejo y se transformaron en las criaturas que había visto.

Rolo, desde el cielo, vio a sus hermanos transformados. Descendió rápidamente y se reunió con ellos. Los tres se maravillaron de sus nuevas formas y decidieron explorar los mundos invisibles que el espejo había revelado.

Cada uno, con sus nuevas habilidades, descubrió lugares y experiencias inimaginables. Rolo, volando alto, veía paisajes asombrosos, mientras que Lolo, corriendo velozmente, exploraba cada rincón del bosque. Polo, con su fuerza de oso, podía mover grandes rocas y árboles.

Después de un día lleno de aventuras, los tres hermanos se encontraron de nuevo junto al espejo. Se dieron cuenta de que aunque habían disfrutado de sus nuevas formas, extrañaban ser conejos y estar con su familia. Así que, juntos, decidieron tocar nuevamente el espejo.

Instantáneamente, los tres volvieron a ser conejos y regresaron a su hogar. Le contaron a su mamá y papá las aventuras que habían vivido y cómo el espejo les había mostrado mundos invisibles. Aunque al principio parecía increíble, sus padres les creyeron, ya que conocían bien la curiosidad y el espíritu aventurero de sus hijos.

A partir de ese día, la familia de conejos se volvió aún más unida. Los hermanos, aunque seguían siendo traviesos, aprendieron a valorar su hogar y su familia. Y aunque el espejo de los mundos invisibles aún brillaba en el bosque, los conejos prefirieron disfrutar de las maravillas de su propio mundo.

Y así, en el pequeño bosque, la vida continuó. Los conejos jugaban, exploraban y compartían historias de sus aventuras. Pero siempre recordaban que, sin importar cuán atractivos sean los mundos invisibles, no hay lugar como el hogar.

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