Había una vez un niño llamado Timmy. Timmy era muy diferente a los otros niños, le encantaba inventar cosas. Un día, decidió que quería inventar su propia luna. "¡Pero eso es imposible!", le dijeron todos. Pero Timmy no se desanimó.
Empezó a reunir materiales: piedras brillantes, un balón grande y plata brillante. Trabajó durante días y noches. ¡Pum, pum, pum! sonaba su martillo. ¡Zzzzzz! iba su sierra. Pero algo faltaba. Timmy sabía que la luna tiene cráteres, pero no tenía nada para hacerlos.
Justo entonces, su abuelo entró al taller. "¿Qué haces, Timmy?", preguntó. Timmy le contó sobre su luna. "Necesito algo para hacer cráteres", dijo. Su abuelo sonrió y le dio un puñado de tapas de botella. "Estas podrían servir", sugirió. ¡Qué idea tan brillante! Timmy pegó las tapas en el balón, creando cráteres.
Cuando terminó, Timmy miró su luna. Era hermosa, pero algo seguía faltando. "¿Cómo puedo hacer que brille como la luna real?", se preguntó.
Su abuelo, que había estado observando, sonrió. "Tengo un viejo reloj, una reliquia de mis viajes en el tiempo", dijo. Sacó un reloj de bolsillo antiguo y lo abrió. Dentro había una pequeña luz que brillaba como la luna. "Este reloj tiene la luz de la luna de hace mil años. Quizás pueda ayudarte", dijo el abuelo.
Timmy colocó la luz dentro de la luna y ¡Wow! ¡Brillaba igual que la luna en el cielo! Timmy estaba tan emocionado que saltó de alegría. ¡Había inventado su propia luna!
Esa noche, Timmy llevó su luna al jardín. La colgó en un árbol y se sentó a admirarla. Brilla, brilla, brilla, como la verdadera luna en el cielo. "Es hermosa", dijo. Su abuelo se sentó a su lado. "Lo es, Timmy. Y es especial porque la hiciste tú mismo", dijo.
Desde aquel día, cada vez que alguien le decía a Timmy que algo era imposible, él recordaba su luna. Y sabía que con creatividad, esfuerzo y un poco de ayuda, podía hacer cualquier cosa. Y así, Timmy, el pequeño inventor de la luna, aprendió que no hay límites para lo que puedes crear cuando lo intentas.
Y cada noche, antes de ir a dormir, Timmy miraba su luna y sonreía. "Buena noche, luna mía", decía. Y la luna, con su suave brillo, parecía devolverle la sonrisa.
El abuelo de Timmy sonreía al verlo. Sabía que Timmy no solo había inventado una luna, sino también un recordatorio de que no hay límites para lo que puedes hacer cuando crees en ti mismo y trabajas duro. Y eso era más brillante que cualquier luz de luna.
El pequeño inventor de la luna, Timmy, es un recordatorio para todos nosotros de que no importa cuán grandes o pequeños sean nuestros sueños, con esfuerzo, creatividad y un poco de ayuda, podemos hacerlos realidad. Y quién sabe, tal vez algún día, al igual que Timmy, también podríamos tener nuestra propia luna brillando en el cielo.