En el corazón del bosque verde y frondoso,
donde bailan las hojas bajo el sol juguetón,
donde los ríos susurran, frescos y mimosos,
allí vivía un conejo, de nombre Don Pelusón.
Don Pelusón era pequeño, de suave pelaje,
le encantaba correr y jugar en el follaje.
Con sus grandes oídos, escuchaba el viento,
y el susurro del bosque era su entretenimiento.
Un día, el bosque susurró algo extraño,
un sonido desconocido, lleno de desengaño.
Don Pelusón escuchó, levantando una oreja,
el bosque en peligro, eso era lo que oía.
“¡Oh, no!”, exclamó, “¡El bosque está llorando!
¿Qué puedo hacer yo, un conejo saltando?”
Pensó y pensó, hasta que la luna salió,
y una gran idea en su cabeza surgió.
Fue a buscar a la ardilla, la señora Castaña,
que entre las ramas, su casa se hallaba.
“El bosque está llorando”, dijo con tristeza,
y la ardilla escuchó con gran sorpresa.
Luego visitó al señor Búho, sabio y antiguo,
que en un árbol viejo tenía su abrigo.
“El bosque está llorando”, repitió en su lamento,
y el búho prometió ayudar con gran aliento.
Corrió a contarle al ciervo, al zorro, al jabalí,
a la mariposa, al pájaro, al animal y al animal.
“¡El bosque está llorando! ¡Debemos ayudar!”,
y todos prometieron su hogar cuidar.
Limpiaron el bosque, recogieron la basura,
y plantaron nuevas semillas, con amor y con ternura.
Los árboles sonrieron, las flores florecieron,
y el bosque, agradecido, un dulce susurro ofreció.
“Gracias, queridos amigos, por cuidar de mí,
por limpiar mi suelo, por hacerte feliz.
Prometo darles sombra, frutas y hogar,
si prometen mantenerme limpio y en paz.”
Y desde aquel día, en el bosque frondoso,
donde las hojas bailan bajo el sol juguetón,
Don Pelusón y sus amigos viven con alegría,
escuchando el susurro del bosque, día tras día.
“Cuidemos nuestro hogar”, dice el conejo Pelusón,
y todos los animales repiten la canción.
Porque el bosque es vida, el bosque es alegría,
y todos debemos cuidarlo, cada día.